Philippe Jaroussky es tal vez, una de las voces más bellas en el firmamento vocal internacional. Contratenor, su técnica depurada y exquisita le prestan una extensión, una expresividad y una musicalidad poco frecuentes en el panorama actual. El cantante (1978) ha explorado un vasto repertorio barroco, desde el refinamiento del Seicento italiano con Monteverdi, hasta la asombrosa brillantez de las arias de Händel y Vivaldi, Steffani, Porpora, Caldara, Bach o Telemann. Colaboró y lo sigue haciendo con reconocidas orquestas de instrumentos de época como Les Arts Florissants, Les Musiciens du Louvre, Le Concert d’Astrée, y con directores como William Christie, Marc Minkowski y René Jacobs. Lo acompañó en esta ocasión Le Concert de la Loge, fundada en 2015 con la ambición de revivir un vínculo con la historia musical francesa, el Concierto de la Logia Olímpica de 1783.
Jaroussky se ha establecido como uno de los contratenores más admirados de su generación, como confirman los premios franceses ‘Victoires de la Musique’, que el cantante recibió en 2004, como Artista lírico revelación, 2007 y 2010, como Artista lírico del año, y en 2009, como el mejor trabajo discográfico del año. También en Alemania se ha reconocido su carrera con múltiples galardones como Echo Klassik, entregados en 2005, 2008, 2011-12, y 2015.
Abordó también un repertorio muy diferente, centrado en melodías francesas junto al pianista Jérôme Ducros y textos de Paul Verlaine, un poeta fundacional que compartimos ambos en las geografías de nuestra infancia. Sus discos Opium y Green, llevados a la escena, crearon una atmósfera onírica e irreal, mágica, que no se había conocido en el mundo del canto y menos en su tesitura, la del proceloso universo de los castrati, de los que se ha dicho y escrito, casi todo.
Enriqueció sus prestaciones con ‘Les Nuits d’Été’ (Berlioz) y ha incrementado su interés por las obras contemporáneas, interpretando un ciclo de obras compuestas por Marc André Dalbavie sobre los sonetos de Louise Labbé. Estrenó en el Real (2018) la ópera ‘Only the sound remains’ (Kaija Saariaho), compuesta específicamente para su instrumento, en la Nederlandse Opera Ballet de Ámsterdam en marzo de 2016 y en la Ópera de París en febrero de 2018, con la que encandiló al coliseo madrileño.
En 2002 fundó el Ensemble Artaserse, con el que actúa regularmente por toda Europa.Y ha grabado en exclusiva para el sello Erato-Warner Classics durante muchos años.
Hace un tiempo, comienza a afianzarse uno de sus proyectos más personales: la Academie de Philippe Jaroussky, para transmitir su técnica y sus conocimientos como cantante y como músico, en el edifico de la Seine Musicale de Boulogne- Billancourt, en París. La Academia forma a jóvenes músicos que sufren aislamiento cultural, a través de una enseñanza original, extensa y exigente. En 2009, fue nombrado ‘Chevalier de l’ordre des arts et des lettres’ por el gobierno francés.
Su aventura sin embargo, comenzó en la constelación de los castrati a los que no abandona en su repertorio. Algunos melómanos - muchos- comenzaron a conocer la geografía de los cantantes mutilados en su día, gracias a la literatura musical y poca discografía y sobre todo, por la película “Farinelli”, de Gérard Corbiau (1994), el mismo director que había logrado una obra maestra con El maestro de música, actuado y con la voz del barítono belga José van Damm. Farinelli representó el acceso a un mundo oscuro y espejeante en la historia de la música que parecía perdido para siempre.
Entonces se descubrieron las posibilidades y la seducción de la voz del contratenor. A día de hoy, famosas voces de esta tesitura como Andreas Scholl, el español Carlos Mena o Lestyn Davies, pasean su talento por las mejores salas de concierto.
Philippe Jaroussky, con su voz original de barítono y como “falsetista”, “nel mezzo del camin della sua vita”, como diría el Dante, con 42 años, hace ahora una interpretación casi conventual, religiosa, ceremonial y sobria, de Vivaldi, ya que el contratenor francés opina que “es en el barroco donde encontramos una conexión más fuerte con la ambigüedad y la posmodernidad de nuestra propia época”.
En esta ocasión, serio, contenido, salvo tal vez en sus dos últimas intervenciones con Orlando finto pazzo, efervescente y desenvuelta y en el cuarteto final, un “encore” perfumado con la Primavera del “prete rosso” con sus compañeros. Jaroussky se presenta como de medio luto, un poco como la Europa pandémica que no conseguimos dejar atrás, desplegando un misticismo contemplativo, casi pietista, como las ceremonias de los calvinistas del siglo XVII, impregnadas de recogimiento.
Vestido con una sobriedad que recuerda al estilo del presidente francés Macron, traje “su misura” gris marengo con chaleco, corbatín, el bello rostro siempre luminoso y angélico, su fiato sigue prodigioso y recuerda, salvando las distancias, a ciertos fuegos de artificio propios de Cecilia Bartoli. Tiene además una espléndida línea de canto. Sabe ser tierno, comunicador y regala unos matices que encandilan.Y una musicalidad sorprendente y trabajada. Lo suyo es un don y también el esfuerzo, la estrategia y el estudio. El trabajo. Vive imbuido actuando de cierto magnetismo inexplicable, hipnótico. En la entrevista que me concedió hace dos años, en cambio, su trato era abierto y comunicativo, familiar y cercano.
Excelentes los músicos que lo acompañan, con varios instrumentos de época, Le concert de la Loge, con la dirección musical y el violín, siempre pautando ritmos y cadencias, entregado a los cantantes, de Julien Chauvin.
Bien escogidos y conformando un escenario compactado y eficiente, la hermosa voz de contralto de la también francesa de Lucile Richardot, que mostró sus agilidades y sus graves bien resueltos. Curiosa garganta, especial, de sonido peculiar y una personalidad que conectaba con el entorno en cada situación de salida de escena, especialmente con el director musical, Julien Chauvin.
Emiliano González Toro, tenor nacido en Ginebra, de origen chileno y fogueado en muchas geografías europeas, acompañó solvente al resto del elenco y fue ganando en anchura y decisión a medida que avanzaba el concierto.
Emöke Baráth, joven soprano húngara sirvió sus particellas de Vivaldi con frescura y elegancia, fraseando y luciendo un ajustado fiato. Las dos cantantes lucieron vestimenta acorde con el imaginario barroco, elegante, con brillos y tafetanes con tules. El vestido escotado en burdeos de Richardot, con claras luces y reminiscencias venecianas.
Muchos aplausos y reconocimiento para todos, el teatro sin embargo lucía bastante deshabitado, las tres primeras filas de platea y muchas otras vacías o despobladas, como los palcos y más arriba, seguramente por las normas de protección sanitaria frente a la enfermedad, razón que explica además, que el contratenor y el Teatro Real, decidieran replicar la actuación en dos funciones contiguas, a las siete y a las 9 y media de la noche, circunstancia infrecuente.
Un cuarteto de los cantantes fue el único bis, con el comienzo de La fida ninfa, De’ll aura al susurrar, chispeante y con burbujas, como para una despedida adecuada.
La recensión se refiere al lunes 5 de octubre, 2020
Contratenor | Philippe Jaroussky |
Soprano | Emóke Baráth |
Contralto | Lucile Richardot |
Tenor | Emiliano González Toro |
Violinista y director musical | Julien Chauvin |
Le Concert de la Loge |
Alicia Perris